Un alto veraniego para un cuentecillo, ahora que se termina el verano. Ya no recuerdo desde cuando no alimento “Con los cinco sentidos”. Pero… en cierto sentido está terminando el verano, y de repente… es año nuevo¡¡, momento de hacer planes, de tener nuevos sueños, de renovarse…
Últimamente he pensado mucho en nuestra influencia para estimular el talento de otros, sea cual sea el momento “evolutivo” y el grado en que algún talento se expresa. Obviamente esto es crítico cuando somos niños y no creo que tengamos que olvidarlo después. Como educadores, formadores o gestores, y más allá de estos roles formales podemos estimular, o no, su crecimiento.
Cuando escribí esto estaba haciendo un curso de composición del texto narrativo y bueno.., apenas estaba balbuceando sobre mis posibilidades para “componérmelas” con algo. No diré que la crítica fue demoledora (bueno para mí lo fue, un poco 😦 y era muy adulta 🙂 pero es que no había ni un aspecto aprovechable o positivo¡¡ 😦 Parte de la crítica se centraba en lo poco explícito del objeto del que hablo en el texto, de que tenía que dar más información acerca de lo que realmente se hablaba… y tal y tal … en fin… sniff. ..
Bueno, lo cierto es que me gustaría dedicar este cuentecillo a los que alguna vez han experimentado algo parecido a falta de aprecio o cuidado por cualquier tipo de talento que balbuceara. Y a los que se equivocaron, o no completaron una buena mala crítica o confundieron talento con resultados, o peor, talento con éxito, en el sentido más limitado de la palabra “éxito”.
Y ahora, al cuentecillo…
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No puedo recordar como fue la primera vez que nos encontramos, ni sé si lo que voy a contar es fruto de mi propia historia o de las viejas anécdotas familiares, pero así es como lo recuerdo.
Apenas sabía yo dirigir mis pasos cuando se produjo la ruptura. Esa primera ruptura fue el molde con el que se gestarían otras muchas, el patrón con el que construí esos movimientos entre lo que un día tuve y lo que perdí.
Apenas si sabía caminar cuando en casa se decidió que debía hacerlo sola, independiente, liberada de accesorios que me impidieran saborear el mundo directamente. Se decidió en un momento familiar importante, simbólico pensaría tiempo después: las vacaciones de verano.
Recuerdo el día de la partida, las idas y venidas, las maletas a medio hacer, las ventanas abiertas del comedor, el calor del verano agitándolo todo. Los preparativos se prolongaban por el espacio de un día hasta la noche, momento en el que con la tarea bien hecha y antes de partir, disfrutábamos de un tiempo suspendido entre el laborioso pasado y el eterno mes de agosto.
No participé en la decisión, no me consultaron, ni se supo, hasta esa ruptura, cuáles serían mis sentimientos y cómo asimilaría tal pérdida. Tampoco recuerdo exactamente cuáles fueron las palabras, pero sé que mi viejo me alzó a su altura para hablarme muy llanamente, sin rodeos. No hubo engaños, me dijo que al principio no sería fácil pero pude sentir su convicción más allá del preciso momento: que aquello al fin, me haría fuerte. Yo le creí.
Y para comenzar el viaje, me pidió una cosa más: sería yo quien pondría fin a la relación antes de partir. Entonces me desprendí de aquel objeto infantil, de aquella forma plástica de aprehender y conocer el mundo, sintiendo la ausencia de esta nada en mi boca.
El viaje por la noche fue largo. Yo lo hice sentada, derecha, despierta. Y así lo he hecho otras veces, apresurando mis pasos hacia otros rumbos, sintiendo y mascando la nada, con la secreta esperanza de que aquello, al fin, me haría un poco más fuerte.
Pilar Mamolar
Reiteradamente en la vida he notado esa sensación de tener algo y dejar de tenerlo y no me refiero solo a lo palpable o visual, incluyo sentimientos, esperiencias, formas de entender.
Me pregunto si puede digitalizarse o hacerse paulatinamente porque cuando tomo conciencia de la pérdida lo pienso siempre en pasado, es decir, pienso en lo que tenía que ya no tengo.
Para mi manera de entender, CRECER es siempre una aventura que exige desprenderse de las alturas oteadas y mirar desde unos milimetros más arriba. No sé si consiste en hacerse más fuerte o más sensible o incluir posibilidades en la forma contemplar las cosas.
Gracias por tu post que me hace reflexionar más en un momento en que parece que influir en los otros es sólo una cuestión de reloj.
Espero que hayas pasado un buen verano y deseo que nos veamos pronto.
Un beso
Paloma
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Gracias Paloma, también a mi me hace pensar tu post. Comparto esa manera de entender la aventura de CRECER y me gusta.
Y espero verte muy, muy pronto. Estamos en contacto.
Un abrazo,
Pilar
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A mí siempre me ha gustado como escribes. ¡¡Poco explícito!! Pero esto cómo va, ¿hay jueces del talento?
Te leo, la lástima es que tus «cuentecillos», sólo sean altos veraniegos.
Un abrazo
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🙂 cierto que hay jueces, y buenos y malos críticos. Esta era una mala buena crítica. Mala en el sentido que estábamos en un contexto de aprendizaje (escuela), buena porque tenía sentido lo que me decía. Habilidades que empiezan se benefician poco de críticas que ponen excesiva atención en lo que está mal.
En la enseñanza de habilidades donde la aportación de cada individuo es esencial y única, -enseñar, escribir, comunicar, dibujar …. -, creo que es mejor partir de lo que hay (sea lo que sea, aunque sea una base pequeñita) y desde allí mejorar. Si la información que recibe alguien que empieza se centra en exceso en lo que está mal, no construirá sobre una base sólida para organizar el progreso. Creo que eso se nos olvida a veces y es una pena porque limitamos mucho nuestras posibilidades de aprender y de enseñar.
Gracias por aportar.
Pilar
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Me encantó -literalmente- tu cuento. Espero más. Un abrazo
Xavi
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Keep the faith, my Internet friend. You are a first-class writer and deserve to be heard.
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