Segunda Etapa: Conciencia de posibilidad de haber tomado una decisión «equivocada»

Si has empezado a leer aquí, esta es la segunda etapa de un viaje comenzó en el post: El viaje arquetípico del héroe-trabajador para construir su carrera.

Sigamos con el mito…

 

Segunda Etapa: Conciencia de posibilidad de haber tomado una decisión «equivocada»

Las etapas uno y dos tienen que ver con nuestra incapacidad para escapar de la tiranía de algún tipo de Autoridad, que ha supuesto construir la identidad profesional al margen de nosotros. Esta Autoridad puede tomar forma humana y estar representada por padres y madres, esposos o esposas, mentores, o profesionales de la ayuda, quienes identificarán para nosotros la carrera o los estándares más adecuados. Esta segunda etapa incluye la posibilidad de que incluso con la ayuda de la Autoridad, se haya podido cometer un error.

Puede haber aquí mucha pena hacia uno mismo derivada del hecho de que la Autoridad, las circunstancias y las decisiones tomadas no hayan sido las “correctas” para mí. Que si se hubieran tomado otras decisiones, ahora estaría en el camino adecuado, tendría la carrera adecuada, la vida adecuada, la familia adecuada, los conocimientos y habilidades realmente adecuados.

Puede ser que la Autoridad o entidad a partir de la cual la persona construyo parte de la identidad vocacional cambiara de planes, o incumpliera sus promesas, o no tuviera valor para mantener su compromiso, y la persona se encuentre en algún tipo de transición no deseada y no esperada (incluida la pérdida de empleo). La sensación de que se han “comido” nuestra ficha y que somos excluidos de las primeras posiciones, o del mismo juego, es relativamente frecuente para muchos héroes y heroínas que se preguntarán en qué momento se movió la ficha equivocada. La cuestión aquí no es cuándo sino cómo continuar el juego con todas las fichas en el tablero, moviéndonos hacia la construcción de la propia identidad y carrera más allá la Autoridad externa.

Pero ni antes, ni en esta etapa puede ser el momento para decirle a la persona que tome una elección acerca de su carrera, lo cual incrementaría la inseguridad y el dolor.  En esta etapa necesitamos construir confianza en el proceso; en un proceso enraizado en la comprensión de nuestro pasado, presente y futuro, de nosotros mismos, nuestras capacidades y motivaciones. Un proceso que comienza a explorar y clarificar el impacto de nuestra “programación”, nuestro contexto personal, familiar o social, nuestro ser complejo con todo el equipaje que nos acompaña.

Las etapas posteriores de crecimiento nos irán mostrando que la realidad que vemos es reflejo de nuestras experiencias vitales, nuestros aprendizajes, asunciones, ideas e ideales. Al empezar a comprender esto y ser conscientes de nuestros propios modelos estaremos objetivando aquello que nos da forma, y podremos enriquecerlo o adaptarlo para poder ser y llegar a ser nosotros mismos. En las siguientes etapas comprenderemos que no somos víctimas indefensas de nuestra cultura, nuestra familia o nuestro entorno. Que podemos aprender a cuestionar más útilmente los marcos de referencia, hábitos de la mente y modelos aprendidos o impuestos.

¡Pero aún estamos en la segunda etapa¡ rumiando la posibilidad de haber tomado la decisión «equivocada». En esta etapa del viaje, la sola idea de que las malas decisiones son una posibilidad, socaba nuestra confianza y dificulta nuestro avance. Tal y como nos expresa el autor de este viaje en 9 etapas, la Autoridad no nos puede decir nada. Las pruebas de aptitud, el cociente intelectual, el test de personalidad, la grafología, el horóscopo, o los posos del café, no pueden decirnos qué hacer. Sabemos que tenemos que empezar a elegir, arriesgar e inventar nuestro propio futuro. Estamos involucradas en un proyecto de dimensiones no inferiores a la creación de nuestro ser, a la aventura de vivir nuestras vidas de acuerdo a los compromisos que nosotras mismas hacemos, con los límites derivados de la libertad de otros hombres y mujeres. No estamos sometidas a la constante tiranía del carácter, los genes, la sociedad, la autocomplacencia, el placer egoísta, la pereza o el miedo.

Pero todo esto es difícil de aceptar ahora, y algunas personas asumen que esa no es su tarea,  deciden que el trabajo es una maldición, que somos parte de un injusto engranaje social, económico y político de enormes proporciones, y que seguirá siendo así con o sin nuestra participación. En la segunda etapa y por error percibimos que nuestro trabajo no es, ni puede ser jamás la expresión de nuestro ser. Por desgracia, la economía está reforzando esta percepción. Un sentir que contribuye a esa pérdida de esperanza del individuo para crear nuevos caminos y soluciones más solidarias, participativas y comprometidas con el buen vivir, que no es necesariamente sinónimo de bienestar.[1]

Todo ello dificulta en muchos casos la dificultad de seguir creciendo, y deriva en dramáticas consecuencias para el individuo y la sociedad que queremos ahora y en el futuro.

Aunque la ruptura de la confianza en la Autoridad y nuestra resistencia para liderar el propio crecimiento pueden causar dolor, abandono o escepticismo, podemos seguir viajando y confiar en los procesos. Construimos seguridad en los procesos a partir una mejor comprensión de nosotros mismos y de una más sabia comprensión del mundo que nos rodea. Podemos construir el camino de la esperanza y crear nuevas oportunidades para seguir creciendo.

Esta etapa puede asimilarse a los ritos de paso hacia una mayor independencia o ruptura con la Autoridad. En algunos cuentos de Clarissa Pinkola Estés, la Autoridad[2], -que puede ser representada por el  padre o la madre de la doncella- ya no puede gobernar su vida y su destino, lo que provoca que ésta tenga que vivir como una vagabunda. El arquetipo del errante puede dar lugar a que surjan nuevos sentimientos desacordes con los usos y costumbres que giran alrededor nuestro. Puede ser el comienzo del “descenso a los infiernos” y también el inicio hacia una nueva transformación, hacia un nuevo despertar y una profunda sabiduría. Los nuevos progenitores serán ahora el viento y el camino. Pero nuestra heroína o nuestro héroe encontrará en el camino nuevos alimentos que la nutrirán para seguir adelante. Porque de eso precisamente se trata, de seguir adelante.

En el siguiente post: Etapa tercera: sustitución de la Autoridad. La autoridad es ahora el Proceso.

Pilar Mamolar


[1] En “El camino de la esperanza” Stéphane Hessel y Edgar Morin,  distinguen entre buen vivir y bienestar manifestando cómo nuestras sociedades han reducido la noción de bienestar a su sentido material como posesión de objetos y bienes a través del “cada vez más”. Esta noción no comporta en absoluto el buen vivir que se refiere sobre todo al florecimiento personal, las relaciones, la amistad o el sentimiento de comunidad. El buen vivir implica calidad de vida y esta calidad se opone a las múltiples degradaciones de los seres humanos, del medio ambiente y de la convivencia.

[2] En algunos de los relatos del libro Mujeres que corren con los lobos (Pinkola Estés C. (2007),  la heroína pasa por distintas pruebas que representan una parte o todo un proceso vital de la psique femenina. El rito de la “resistencia” puede ser interpretado como la capacidad de seguir adelante sin desmayo pero también como fortalecimiento de nuestras capacidades. No es un simple resistir, es una resistencia significativa para la mujer, que deriva del hecho de saber que está haciendo algo importante. Que está en el camino.

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